Por Dee Tum-Monge, director de comunicación del Grupo de Trabajo Nacional LGBTQ
El Mes del Orgullo siempre ha sido una celebración de identidad, de historia y de lucha, pero este año, más que nunca, también fue una declaración de resistencia. Porque lo que estamos viviendo en este país: los ataques constantes a nuestras comunidades inmigrantes, la violencia política, la demonización de la comunidad LGBTQ+, no se puede normalizar. Y no lo vamos a permitir.
Como parte del movimiento por los derechos LGBTQ+, sé que mi trabajo no termina a las 5 de la tarde. No es solo una jornada laboral es un compromiso de 24 horas con mi comunidad. Y es por eso que este mes me dediqué de lleno a la coalición de Latinx Pride en Washington, D.C. y dirigida por la organización Latinx History Project, una celebración que formó parte del evento WorldPride 2025. Con 34 eventos comunitarios, construimos algo poderoso: un espacio para visibilizar nuestras historias, especialmente las de inmigrantes LGBTQ+ que han llegado a este país buscando dignidad, libertad y un futuro mejor.
Organizamos Latinx Pride en la capital del país por una razón: porque no hay mejor lugar para resistir que en el corazón del poder político, justo donde nacen muchas de las políticas que hoy buscan borrarnos. Así, en un momento donde legisladores están impulsando leyes para despojarnos de derechos básicos, levantar nuestras voces en D.C. fue un acto de valentía y amor colectivo.
Miles de personas de diferentes países se unieron a nosotros y en cada sonrisa, cada abrazo y en cada paso en los desfiles, se sentía la fuerza de la solidaridad. Para muchas personas LGBTQ+ inmigrantes, quienes han sido blanco de políticas crueles y ataques sistemáticos, dichos espacios no son solo celebraciones: son refugios, son afirmaciones de vida.
Como hije de inmigrantes de Guatemala y El Salvador que sobrevivieron a la persecución política, observar lo que está pasando hoy en este país me duele profundamente. Me duele porque sé lo que significa huir para sobrevivir. Me duele porque sé que lo que le pasa a uno de nosotros, nos afecta a todos. Estamos conectados. Y por eso no podemos quedarnos callados.
Pero también hay luz. Este año, vi algo que me llenó el corazón: en pueblos pequeños como Grand Island, Nebraska, donde crecí, se celebraron desfiles del Orgullo. Ver cómo la esperanza florece incluso en los rincones más remotos del país me recordó que nuestra existencia es resistencia y que nadie nos puede quitar el alegría que sentimos.
Hoy más que nunca, siento que D.C. es mi hogar. Y sé que mi llamado es seguir construyendo espacios seguros y orgullosos para nuestra comunidad LGBTQ+, especialmente para los que son inmigrantes, trans, y género no binaries.
A quienes ya participaron en celebraciones del Orgullo este mes: gracias por mostrar su luz. Les invito a seguir resistiendo, organizando, conectando, y defendiendo lo que hemos logrado. Y a quienes aún no han tenido la oportunidad de acercarse a una organización local, les digo con el corazón: este es el momento. No esperen. Ustedes son valiosos y necesarios.
El Mes del Orgullo no es el final. Es el comienzo del trabajo que nos queda por hacer el resto del año y de los años por venir. Porque mientras el odio persista, nuestra existencia será un acto de amor radical.
Sigamos resistiendo. Sigamos celebrando. Sigamos adelante.
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